jueves, 30 de enero de 2014

El Mundo es suyo

Cartel de la conferencia de Pedro J. Ramírez en la Complutense
Pedro J. Ramírez acudió el martes 21 de enero de 2014 a la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, dentro del ciclo de conferencias #NewPaper. Una alumna aventajada, Alexandra Dumitrascu, le preguntó si estaba negociando para dejar de ser director de El Mundo. La respuesta llegó por omisión: no lo negó.

 
Video de la conferencia de Pedro J. en #NewPaper (UCM)

Hoy, jueves 30 de enero de 2014, la noticia se ha confirmado en la red: Pedro J. Ramírez deja El Mundo. Termina una etapa que comenzó el lunes 23 de octubre de 1989 con una carta: "El Mundo es suyo". Por su indudable interés hoy, reproducimos a continuación ese texto.



EL MUNDO es suyo
PEDRO J. RAMIREZ
EL MUNDO, 23/10/1989

Los promotores de EL MUNDO que hoy abrimos por primera vez esta cancela de papel no nos limitamos a decirles «pasen y vean» como quien -pensando en hacer taquilla- seduce a un transeúnte con aspecto de inquilino ocasional. Lo que estamos proponiéndoles es que se instalen y tomen posesión de algo que les pertenece. EL MUNDO es un nuevo periódico para una nueva generación de lectores. Haciendo honor a su nombre y a sus fuertes lazos con algunos de los mejores rotativos europeos, EL MUNDO proyectará una visión global, cosmopolita y sofisticada de los nuevos problemas de la Humanidad.


Este periódico no será nunca de nadie, sino de sus lectores. EL MUNDO no servirá jamás otro interés sino el del público, porque el verdadero titular de la libertad de expresión no somos los periodistas -menos aún los «amos» de los periódicos- sino el conjunto de la ciudadanía.


EL MUNDO no tiene «amo», y por eso jamás utilizará la información como elemento de trueque u objeto de compra-venta en el turbio mercado de los favores políticos y económicos. Toda noticia de cuya veracidad y relevancia estemos convencidos será publicada, le incomode a quien le incomode. Toda investigación periodística, alentada por el derecho a saber de los lectores, será culminada, le pese a quien le pese. En este periódico no habrá tabúes, ni cotos vedados, ni zonas de sombra, ni sanctasanctorums. Si alguien pretende hacernos pasar por el aro, como a tantos otros, que abandone desde hoy toda esperanza.


EL MUNDO será en la práctica de sus lectores porque los trescientos accionistas que hemos constituido su capital social lo hemos hecho concurriendo a un proyecto cuyas reglas del juego están nítidamente definidas de cara a garantizar la independencia del periódico.


EL MUNDO será en la práctica de sus lectores porque el bloque promotor del periódico que es titular del primer paquete accionarial y tiene encomendada la gestión del empeño lo integramos un largo número de profesionales, unidos por una idea común: el ejercicio del periodismo es un fin en sí mismo, y no un medio para acceder a ninguna otra plataforma de lucro o vanidad social.


EL MUNDO será en la práctica de sus lectores porque tanto los reglamentos de la Sociedad como el Estatuto de la Redacción que inmediatamente entrará en vigor han sido diseñados para que los derechos y deberes de todos cuantos participamos en el periódico queden puestos al servicio del compromiso que, en calidad de meros intermediarios, adquirimos ante los ciudadanos.


EL MUNDO será en la práctica de sus lectores porque, en concordancia con todo lo anterior, la opinión del público será recabada de manera regular y constante.


Si a finales del siglo pasado los redactores de «El Liberal» proclamaban jubilosamente su independencia al grito de «Nos pertenecemos, somos de nosotros mismos», una moderna concepción del derecho a la información y nuestros propios ideales nos impulsan a decirles humildemente: «Les pertenecemos; somos de todos ustedes».


Es hora de que los medios de comunicación dejen de responder a la prepotencia del poder con su propia prepotencia. EL MUNDO nace en un momento en el que arrecia en todas partes el debate sobre la titularidad del poder de informar, centrado tanto en la perenne tentación expansionista de los más diversos gobiernos como en la no menos preocupante concentración de la propiedad de los medios.


Ambos fenómenos están quedando de relieve en esta España actual, en la que el inmoral culto del dinero ha provocado tantas metamorfosis y en la que un Gobierno todopoderoso ha tenido la habilidad de reservar a su criterio discrecional importantes decisiones que, como las concesiones de radio y televisión o las autorizaciones de inversiones extranjeras, afectan decisivamente al futuro de las empresas periodísticas.


¿Qué libertad de crítica puede tener un medio informativo si durante largos periodos de tiempo sus propietarios se encuentran pendientes de una resolución del Consejo de Ministros? ¿Qué mecanismos de defensa le quedan a la sociedad cuando aquellos individuos a quienes la ruleta del destino o su propio don de la oportunidad han convertido en depositarios del derecho a la información de los demás incurren en la humana flaqueza de supeditar el cumplimiento de su función social a intereses materiales más o menos confesables?


Afortunadamente, la nueva tecnología ha venido a paliar el creciente clima de insatisfacción ciudadana ante la «docilidad inducida» de buena parte de los medios establecidos y en la mayoría de los países occidentales están surgiendo iniciativas como ésta, con el propósito de ampliar el pluralismo y restituir a la sociedad su capacidad de elegir entre opciones esencialmente diferentes.


Quienes tengan por costumbre comprar la información al peso, como si los quioscos fueran tiendas de ultramarinos o los periódicos elixires del repertorio de esos charlatanes de feria que siempre ofrecen «más por menos», no estarán entre nuestros lectores. Tampoco quienes busquen en la prensa sensacionalismo zafio y escándalos baratos. Mucho menos quienes, uncidos a la noria del conformismo, acepten como «normales» todas aquellas injusticias, desigualdades y restricciones de la libertad que en la sociedad española -según la definición brechtiana de las cosas- tan sólo son, por desgracia, «habituales».


EL MUNDO será un órgano radical en la defensa de sus convicciones, pero moderado y sereno en la exposición de sus argumentos. Jamás recurrirá al insulto ni a las descalificaciones personales. Si alguien nos agrede, sólo contestaremos a los hechos con palabras. Procuraremos que la nuestra sea siempre la voz de la razón. Nuestros editoriales tratarán de convencer antes que de conmover.


Seremos intransigentes en cuanto afecte a los derechos humanos, las libertades públicas, la dignidad de los consumidores, el respeto a la opinión de las minorías y la defensa del medio ambiente frente a la estupidez o la avaricia. Intentaremos hacer buena esa visión filantrópica según la cual un periódico debe confortar a los afligidos, pero tampoco vacilaremos cuando nuestra demanda de reformas suponga afligir a quienes de manera más confortable, y a menudo insolidaria, viven.


Creemos que la democracia española precisa de un profundo impulso regeneracionista que restituya a los ciudadanos el ejercicio práctico de la soberanía popular, secuestrada por las camarillas dirigentes de los grandes partidos y por los grupos de presión económica. Para ello abogaremos indesmayablemente por la aplicación de medidas concretas que sirvan para llenar de contenido los derechos de participación política.


El camino será largo y difícil. En diversos momentos de la etapa fundacional de EL MUNDO, sus promotores nos hemos aplicado a nosotros mismos aquel cuento con que el presidente Kennedy, evocando escenas de su infancia, describía la carrera espacial. Explicaba que su mayor diversión consistía en juntarse con un grupo de amigos y empezar a correr campo a través, sin que nada pudiera detenerles: «Cuando encontrábamos una pared demasiado alta, nos quitábamos la gorra y la tirábamos al otro lado, para que no nos quedara más remedio que saltarla».


En el complejo mundo que viene, la búsqueda de la felicidad y la justicia requerirán de grandes dosis de innovación, coraje personal y sentido de la decencia. No hay tiempo para mirar atrás, por hermoso que pueda ser nuestro reencuentro. Al escribir este artículo -el primero que firmo desde que hace siete meses sufriera un desdichado «accidente laboral»-, yo ya he colocado definitivamente mis ilusiones al otro lado de la valla. Usted, lector, que ha cogido este ejemplar tal vez como quien llega de visita y asoma la cabeza, tiene la oportunidad de hacer lo propio.


No se conforme. Únase a nosotros. Tome lo que es suyo.


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