viernes, 7 de febrero de 2014

Cuando la muerte te pilla firmando libros

Los textos son siempre muy duros. "Sentimos tener que informaros del fallecimiento en la tarde de ayer de Enrique Alcat." No tienes tono, no hay contexto. La pantalla del móvil no ayuda mucho. El buzón del correo anticipa la noticia, antes de leer el contenido. "Fallece Enrique Alcat." No hay lugar para la duda, no hay sitio para el matiz. Un dolor inmediato, profundo, sin anestesia.

Me pilla en clase. En el descanso. La maldita instantaneidad. Conteniendo las lágrimas, les cuento a mis alumnos que he perdido a un amigo, a un compañero, a un maestro. "La vida es eso que sucede mientras estás ocupado en otra cosa", decía Lennon. "Si vives cada día pensando que será el último, algún día tendrás razón", se repetía Jobs. Ayer, Enrique tuvo razón.
Enrique Alcat

Debe ser duro morirse en la plenitud de la vida. Debe ser duro saber que te mueres. Imagino a Enrique haciendo sus maletas. Con discreción, con mimo, con elegancia. No sé si uno se muere como vive, pero Enrique lo hizo.

Tuvo tiempo de ver su último libro. Le adelantaron veintiséis ejemplares. Firmó veintiséis ejemplares. "Después te digo, con la agenda en mano, a quiénes hay que mandar estos veintiséis ejemplares firmados". No le dio tiempo de hacerlo. Le llamaron antes. Con las maletas hechas, se fue. Sin alharacas, sin estridencias, sin quejas. Como era. Así se murió Enrique. Con proyectos por delante. Firmando libros.

Dedicatoria de Enrique (12/03/2009)  

jueves, 6 de febrero de 2014

La universidad vacía

Es un día gris de invierno. Está lloviendo y el frío se te mete en el cuerpo. En el aparcamiento abundan los huecos y puedes aparcar cerca de la puerta. Cruzas la cafetería en un instante, como si fueras más ligero. Las palmeras de chocolate reposan dulcemente, mientras esperan otro día, a ver si hay más suerte. No tienes que hacer cola en Reprografía, por lo que te demoras buscando la página que querías fotocopiar. El ascensor espera que alguien le llame. Cuando llega no tienes que hacerte un hueco. Miras el indicador de sobrecarga, que enmudece. Al salir, ves a la bedela al otro lado del pasillo, pues nada, ni nadie te lo impide. Cuando te quieres dar cuenta has terminado tu consulta en Secretaría. Al funcionario de turno le gustaría que siguieras un rato más allí, dándole la conversación que hoy le falta. Llegas a tu despacho por un pasillo oscuro, vacío de compañeros. La cuenta de correo descarga rápidamente los escasos mensajes del servidor. No tienes ninguna clase que preparar porque no tienes clases. El calendario académico te dice que todavía estamos en el parón de febrero y que, los alumnos, aún tardarán días en venir. Te encuentras a uno por la escalera y te entretienes hablando con él, más allá del saludo de rigor. Piensas que un profesor no es un profesor si no tiene alumnos.

El aula vacía. Foto: @ArturoGomezQuij
 Te ilusionas pensando en el nuevo grupo y en ver sus caras del primer día, cuando llenen el aula vacía. El buzón de correo echa humo y el pasillo está alborotado con los que esperan su tutoría. La enorme cola sale de Secretaría, llena de preguntas y dudas. El ascensor se eterniza hasta que llega. Viene pletórico de chicos y zumba por la sobrecarga. Piensas en volver luego, cuando se pase el jaleo de apuntes y trabajos que saturan Reprografía. En la cafetería, el ruido es ensordecedor. Se han acabado los pinchos de tortilla y la máquina se ha quedado, otra vez, sin cambio. Hay alumnos que ya se han puesto en la fila, esperando hambrientos a que abra el autoservicio. Te agobias cruzando la marea de gente y pensando en dónde aparcaste tu coche. Abres la puerta, taponada por los chicos que fuman bajo el alero. Fuera llueve y hace mucho frío. Es un día gris de invierno.