Por su interés, publico aquí la reseña de mi conferencia en Dircom Castilla y León, el 25 de septiembre de 2014. Las gracias de antemano a Dircom, a Luisa Alcalde, Ana Arnedo y a la Cámara de Comercio de Valladolid.
28 / 09 / 2014
“La comunicación no es lo que yo digo, es lo que el otro entiende”
Arturo Gómez Quijano, profesor asociado de la UCM, durante su intervención en el seminario organizado por Dircom Castilla y León
“La comunicación no es lo que yo digo es lo que el otro entiende”, ha
firmado Arturo Gómez Quijano, profesor asociado de la Universidad
Complutense de Madrid, en el taller 'Comunicación para Ejecutivos. Las
tres distancias de la Comunicación en las organizaciones', organizado
por Dircom Castilla y León.
“El otro es sus percepciones y expectativas y, en comunicación, a
veces se fracasa porque lo importante en el mensaje no es el dato sino
lo que hago y lo que percibe el público de mis acciones”, ha
manifestado.
Gómez Quijano ha destacado así la importancia de la comunicación no
verbal (lo que hago) que representa una influencia de un 55% frente a
tan solo un 7% de la verbal (lo que digo y escribo) y un 38% de la
paraverbal (el tono en que lo digo), según se recoge en Non verbal
Comunication del autor Albert Mehrabian.
Para el conferenciante, la comunicación tiene otras barreras como son
las físicas (percepción sensorial), intelectuales (códigos orales) y
sicológicas (aceptación o rechazo). “Las intelectuales son difíciles de
superar, podemos hablar el mismo idioma y no entendernos –ha añadido- y,
en cuanto a las sicológicas, pueden producir un rechazo total al
comunicador y a lo que representa”.
En el taller, Gómez Quijano ha expuesto las reflexiones recogidas en
su libro Comunicación para ejecutivos. Las tres distancias de la
Comunicación en las organizaciones y que son las distancias corta, media
y larga.
En la distancia corta, ha destacado el escuchar como la habilidad
principal de la comunicación junto a la necesidad de sonreír, evitar
prejuicios, diferenciar entre personalidad e imagen, ser amable en las
formas, contestar siempre y reconocer las equivocaciones, entre otras.
Dentro de esta distancia se sitúan las relaciones. Ha subrayado, como
primera misión, encontrar un vínculo entre las personas, “siempre hay
algo que las une”. “Al final son las relaciones y el prestigio lo único
que te va a quedar tras salir de una compañía”, ha concluido el
profesor.
Sobre la distancia media ha recalcado la importancia del protocolo,
“si se desprecia no fluirá la comunicación entre las personas”, y
técnicas como el hablar en público, respetar el formato en las
exposiciones, hacer que la gente participe y utilizar el recurso del
humor.
En el mensaje, Gómez Quijano ha aconsejado centrarse en una sola idea
al realizar presentaciones, ilustrar los argumentos con ejemplos
cercanos al público y ganarse a la gente conversando con ella, “la
sociedad se está volviendo horizontal”, ha afirmado.
En cuanto a las consideraciones previas de la distancia larga, ha
señalado que en los medios de comunicación lo importante es lo
interesante, y ha propuesto al público desechar el análisis de la Prensa
en función del contenido y reflexionar, en cambio, sobre el hecho de
por qué está ahí una noticia.
Diferenciarse del resto siendo singular, estar atento a la actualidad
y utilizar las mil palabras de uso más común (la gente desconfía de lo
que no entiende), han sido otros de los consejos del profesor para
conseguir triunfar en la comunicación.
Los textos son siempre muy duros. "Sentimos tener que informaros del fallecimiento en la tarde de ayer de Enrique Alcat." No tienes tono, no hay contexto. La pantalla del móvil no ayuda mucho. El buzón del correo anticipa la noticia, antes de leer el contenido. "Fallece Enrique Alcat." No hay lugar para la duda, no hay sitio para el matiz. Un dolor inmediato, profundo, sin anestesia.
Me pilla en clase. En el descanso. La maldita instantaneidad. Conteniendo las lágrimas, les cuento a mis alumnos que he perdido a un amigo, a un compañero, a un maestro. "La vida es eso que sucede mientras estás ocupado en otra cosa", decía Lennon. "Si vives cada día pensando que será el último, algún día tendrás razón", se repetía Jobs. Ayer, Enrique tuvo razón.
Enrique Alcat
Debe ser duro morirse en la plenitud de la vida. Debe ser duro saber que te mueres. Imagino a Enrique haciendo sus maletas. Con discreción, con mimo, con elegancia. No sé si uno se muere como vive, pero Enrique lo hizo.
Tuvo tiempo de ver su último libro. Le adelantaron veintiséis ejemplares. Firmó veintiséis ejemplares. "Después te digo, con la agenda en mano, a quiénes hay que mandar estos veintiséis ejemplares firmados". No le dio tiempo de hacerlo. Le llamaron antes. Con las maletas hechas, se fue. Sin alharacas, sin estridencias, sin quejas. Como era. Así se murió Enrique. Con proyectos por delante. Firmando libros.
Es un día gris de invierno. Está lloviendo y el frío se te mete
en el cuerpo. En el aparcamiento abundan los huecos y puedes aparcar cerca de
la puerta. Cruzas la cafetería en un instante, como si fueras más ligero. Las
palmeras de chocolate reposan dulcemente, mientras esperan otro día, a ver si
hay más suerte. No tienes que hacer cola en Reprografía, por lo que te demoras buscando
la página que querías fotocopiar. El ascensor espera que alguien le llame.
Cuando llega no tienes que hacerte un hueco. Miras el indicador de sobrecarga,
que enmudece. Al salir, ves a la bedela al otro lado del pasillo, pues nada, ni
nadie te lo impide. Cuando te quieres dar cuenta has terminado tu consulta en
Secretaría. Al funcionario de turno le gustaría que siguieras un rato más allí,
dándole la conversación que hoy le falta. Llegas a tu despacho por un pasillo
oscuro, vacío de compañeros. La cuenta de correo descarga rápidamente los escasos
mensajes del servidor. No tienes ninguna clase que preparar porque no tienes
clases. El calendario académico te dice que todavía estamos en el parón de febrero y
que, los alumnos, aún tardarán días en venir. Te encuentras a uno
por la escalera y te entretienes hablando con él, más allá del saludo de rigor. Piensas que un profesor no es un profesor si no tiene alumnos.
Te ilusionas pensando en el nuevo
grupo y en ver sus caras del primer día, cuando llenen el aula vacía. El buzón de correo echa humo y el
pasillo está alborotado con los que esperan su tutoría. La enorme cola sale de
Secretaría, llena de preguntas y dudas. El ascensor se eterniza hasta que llega. Viene pletórico de chicos y zumba por
la sobrecarga. Piensas en volver luego, cuando se pase el jaleo de apuntes y
trabajos que saturan Reprografía. En la cafetería, el ruido es ensordecedor. Se han acabado los pinchos de tortilla y la máquina se ha quedado, otra vez, sin cambio. Hay alumnos que ya se han puesto en la fila, esperando hambrientos a que
abra el autoservicio. Te agobias cruzando la marea de gente y pensando en dónde
aparcaste tu coche. Abres la puerta, taponada por los chicos que fuman bajo el alero. Fuera llueve y hace mucho frío. Es un día gris de invierno.
Video de la conferencia de Pedro J. en #NewPaper (UCM)
Hoy, jueves 30 de enero de 2014, la noticia se ha confirmado en la red: Pedro J. Ramírez deja El Mundo. Termina una etapa que comenzó el lunes 23 de octubre de 1989 con una carta: "El Mundo es suyo". Por su indudable interés hoy, reproducimos a continuación ese texto.
EL MUNDO es suyo
PEDRO J.
RAMIREZ
EL MUNDO, 23/10/1989
Los promotores
de EL MUNDO que hoy abrimos por primera vez esta cancela de papel no nos
limitamos a decirles «pasen y vean» como quien -pensando en hacer taquilla-
seduce a un transeúnte con aspecto de inquilino ocasional. Lo que estamos
proponiéndoles es que se instalen y tomen posesión de algo que les pertenece.
EL MUNDO es un nuevo periódico para una nueva generación de lectores. Haciendo
honor a su nombre y a sus fuertes lazos con algunos de los mejores rotativos
europeos, EL MUNDO proyectará una visión global, cosmopolita y sofisticada de
los nuevos problemas de la Humanidad.
Este
periódico no será nunca de nadie, sino de sus lectores. EL MUNDO no servirá
jamás otro interés sino el del público, porque el verdadero titular de la
libertad de expresión no somos los periodistas -menos aún los «amos» de los
periódicos- sino el conjunto de la ciudadanía.
EL MUNDO no
tiene «amo», y por eso jamás utilizará la información como elemento de trueque
u objeto de compra-venta en el turbio mercado de los favores políticos y
económicos. Toda noticia de cuya veracidad y relevancia estemos convencidos
será publicada, le incomode a quien le incomode. Toda investigación
periodística, alentada por el derecho a saber de los lectores, será culminada,
le pese a quien le pese. En este periódico no habrá tabúes, ni cotos vedados,
ni zonas de sombra, ni sanctasanctorums. Si alguien pretende hacernos pasar por
el aro, como a tantos otros, que abandone desde hoy toda esperanza.
EL MUNDO
será en la práctica de sus lectores porque los trescientos accionistas que
hemos constituido su capital social lo hemos hecho concurriendo a un proyecto
cuyas reglas del juego están nítidamente definidas de cara a garantizar la
independencia del periódico.
EL MUNDO
será en la práctica de sus lectores porque el bloque promotor del periódico que
es titular del primer paquete accionarial y tiene encomendada la gestión del
empeño lo integramos un largo número de profesionales, unidos por una idea
común: el ejercicio del periodismo es un fin en sí mismo, y no un medio para
acceder a ninguna otra plataforma de lucro o vanidad social.
EL MUNDO
será en la práctica de sus lectores porque tanto los reglamentos de la Sociedad
como el Estatuto de la Redacción que inmediatamente entrará en vigor han sido
diseñados para que los derechos y deberes de todos cuantos participamos en el
periódico queden puestos al servicio del compromiso que, en calidad de meros
intermediarios, adquirimos ante los ciudadanos.
EL MUNDO
será en la práctica de sus lectores porque, en concordancia con todo lo
anterior, la opinión del público será recabada de manera regular y constante.
Si a finales
del siglo pasado los redactores de «El Liberal» proclamaban jubilosamente su
independencia al grito de «Nos pertenecemos, somos de nosotros mismos», una moderna
concepción del derecho a la información y nuestros propios ideales nos impulsan
a decirles humildemente: «Les pertenecemos; somos de todos ustedes».
Es hora de
que los medios de comunicación dejen de responder a la prepotencia del poder con
su propia prepotencia. EL MUNDO nace en un momento en el que arrecia en todas
partes el debate sobre la titularidad del poder de informar, centrado tanto en
la perenne tentación expansionista de los más diversos gobiernos como en la no
menos preocupante concentración de la propiedad de los medios.
Ambos
fenómenos están quedando de relieve en esta España actual, en la que el inmoral
culto del dinero ha provocado tantas metamorfosis y en la que un Gobierno
todopoderoso ha tenido la habilidad de reservar a su criterio discrecional
importantes decisiones que, como las concesiones de radio y televisión o las
autorizaciones de inversiones extranjeras, afectan decisivamente al futuro de
las empresas periodísticas.
¿Qué
libertad de crítica puede tener un medio informativo si durante largos periodos
de tiempo sus propietarios se encuentran pendientes de una resolución del
Consejo de Ministros? ¿Qué mecanismos de defensa le quedan a la sociedad cuando
aquellos individuos a quienes la ruleta del destino o su propio don de la oportunidad
han convertido en depositarios del derecho a la información de los demás
incurren en la humana flaqueza de supeditar el cumplimiento de su función
social a intereses materiales más o menos confesables?
Afortunadamente,
la nueva tecnología ha venido a paliar el creciente clima de insatisfacción
ciudadana ante la «docilidad inducida» de buena parte de los medios
establecidos y en la mayoría de los países occidentales están surgiendo
iniciativas como ésta, con el propósito de ampliar el pluralismo y restituir a
la sociedad su capacidad de elegir entre opciones esencialmente diferentes.
Quienes
tengan por costumbre comprar la información al peso, como si los quioscos
fueran tiendas de ultramarinos o los periódicos elixires del repertorio de esos
charlatanes de feria que siempre ofrecen «más por menos», no estarán entre
nuestros lectores. Tampoco quienes busquen en la prensa sensacionalismo zafio y
escándalos baratos. Mucho menos quienes, uncidos a la noria del conformismo,
acepten como «normales» todas aquellas injusticias, desigualdades y
restricciones de la libertad que en la sociedad española -según la definición
brechtiana de las cosas- tan sólo son, por desgracia, «habituales».
EL MUNDO
será un órgano radical en la defensa de sus convicciones, pero moderado y
sereno en la exposición de sus argumentos. Jamás recurrirá al insulto ni a las
descalificaciones personales. Si alguien nos agrede, sólo contestaremos a los
hechos con palabras. Procuraremos que la nuestra sea siempre la voz de la
razón. Nuestros editoriales tratarán de convencer antes que de conmover.
Seremos
intransigentes en cuanto afecte a los derechos humanos, las libertades
públicas, la dignidad de los consumidores, el respeto a la opinión de las
minorías y la defensa del medio ambiente frente a la estupidez o la avaricia.
Intentaremos hacer buena esa visión filantrópica según la cual un periódico
debe confortar a los afligidos, pero tampoco vacilaremos cuando nuestra demanda
de reformas suponga afligir a quienes de manera más confortable, y a menudo
insolidaria, viven.
Creemos que
la democracia española precisa de un profundo impulso regeneracionista que
restituya a los ciudadanos el ejercicio práctico de la soberanía popular,
secuestrada por las camarillas dirigentes de los grandes partidos y por los
grupos de presión económica. Para ello abogaremos indesmayablemente por la
aplicación de medidas concretas que sirvan para llenar de contenido los
derechos de participación política.
El camino
será largo y difícil. En diversos momentos de la etapa fundacional de EL MUNDO,
sus promotores nos hemos aplicado a nosotros mismos aquel cuento con que el
presidente Kennedy, evocando escenas de su infancia, describía la carrera
espacial. Explicaba que su mayor diversión consistía en juntarse con un grupo de
amigos y empezar a correr campo a través, sin que nada pudiera detenerles:
«Cuando encontrábamos una pared demasiado alta, nos quitábamos la gorra y la
tirábamos al otro lado, para que no nos quedara más remedio que saltarla».
En el
complejo mundo que viene, la búsqueda de la felicidad y la justicia requerirán
de grandes dosis de innovación, coraje personal y sentido de la decencia. No
hay tiempo para mirar atrás, por hermoso que pueda ser nuestro reencuentro. Al
escribir este artículo -el primero que firmo desde que hace siete meses
sufriera un desdichado «accidente laboral»-, yo ya he colocado definitivamente
mis ilusiones al otro lado de la valla. Usted, lector, que ha cogido este
ejemplar tal vez como quien llega de visita y asoma la cabeza, tiene la oportunidad
de hacer lo propio.
No se
conforme. Únase a nosotros. Tome lo que es suyo.
Comunicador.
Autor del libro "Comunicación para ejecutivos" y del concepto "Las tres distancias de la comunicación en las organizaciones".
Profesor asociado de la Universidad Complutense de Madrid, de grado y postgrado, en ESIC-ICEMD, CECO, ESERP y en otras escuelas de negocio y universidades de prestigio.
Doctor en Periodismo.
Consultor de estrategia desde la comunicación.
Investigador de mercados.
Formador para ejecutivos.
Periodista y escritor.
Es un descubrimiento, no un invento. Cuando comunicamos lo hacemos siempre con otro. Si no hay otro no hay comunicación propiamente dicha. La distancia que nos separa del otro es tan importante, que hace que la comunicación varíe. En función de la distancia que nos separa de nuestro interlocutor, utilizaremos unas técnicas u otras, necesitaremos unas habilidades u otras, unos instrumentos u otros. Es esa distancia la que define el tipo de comunicación, más allá del número de personas, el tipo de público o los medios que empleamos. La distancia cambia la comunicación. Y para cada una, hay una técnica específica. ¿Y cuáles son esas tres distancias? Pues la distancia corta, la distancia media y la distancia larga.
La distancia corta
Ilustración: José Mª Quijano
La distancia corta
La distancia corta es aquella en la que se desarrolla la comunicación interpersonal, la que realizamos con individuos, cara a cara, muy próximos, muy cercanos físicamente. Personas con las que interactuamos, que podemos tocar, sentirles respirar, verles reaccionar ante nuestros mensajes y nosotros a los de ellos.
La distancia media
Ilustración: José Mª Quijano
La distancia media
La distancia media es aquella en la que habitualmente nos encontramos en la comunicación que realizamos ante grupos, ante un público. Es decir, toda aquella comunicación en la que, aún habiendo presencia física y contacto con individuos, no se comunica con ellos personalmente sino a través de un grupo que actúa e interacciona como tal.
La distancia larga
Ilustración: José Mª Quijano
La distancia larga
La distancia larga, es aquella comunicación que se realiza para audiencias. No hay contacto físico, lo hay a través de un medio. Es ésta la más compleja de todas, la que más se escapa de nuestro control, la menos natural, a la que más tememos.